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lunes, 20 de febrero de 2012

MI ENCUENTRO CON EL SALTO PARA


Rememorar experiencias vividas hace varios años, no es difícil cuando las mismas marcaron para bien un espacio de mi vida; y eso fue lo que sucedió en el año 2007, en el Estado Bolívar, la primera vez que fui al rio Caura para subir al Salto Pará. Leonardo nos entusiasmó a conocer este lugar, y lo propuso como destino para el cuarto viaje de nuestro grupo de excursión “Autana”, el primero, con el grupo, lo hicimos en semana santa del año 2004, pero ya hablaremos sobre esa inolvidable experiencia. Ante este nuevo reto, me pareció necesario indagar sobre el lugar y me asombraron muchos datos que desconocía, como que el río Caura es larguísimo, tiene como 700 y pico de kilómetros, siendo el tercer rio más grande de Venezuela luego del Orinoco y del Caroní. También supe que alimenta al Orinoco siendo uno de sus principales tributarios y que en la cuenca del Caura está protegida la reserva forestal más grande del país, con más cinco millones de hectáreas. Encontré que los bosques son primarios, es decir, que no han sido intervenidos. Gracias a Dios!! Luego leí que hay una caída de agua por la cual el río se precipita por siete  torrenteras y que en época de lluvias supera en caudal a las famosas Cataratas Victoria de África y también a las  renombradas Cataratas de Iguazú en la frontera de Brasil y Argentina. Y como no conozco las dos anteriores, me gustó la idea de conocer esta caída criolla, junto a mi grupo de excursión, además de ser más factible que ir para Brasil o para África. Lo imaginaba y lo volvía a recrear en mi mente, alineaba las siete torrenteras en forma de herradura, imaginaba la altura de 60 metros, no tan altas pero tampoco un saltico, de hecho son los saltos más caudalosos de Venezuela, aunque nosotros iríamos en verano, igual tendría que ser hermoso.
             Una madrugada del domingo de Ramos del 2007 salimos luego de marcar con griffin los vidrios de nuestros carros, “de Lara Pal Salto Pará…” y arrancamos formando una caravana de varios carros, vía San Carlos, Chaguaramas, Las Mercedes, donde nos paramos a comer una deliciosa carne en vara.

Luego llegamos a Cabruta donde comenzamos a experimentar las primeras vivencias esperando el paso de chalana que nos llevaría a Caicara del Orinoco, donde pasamos la primera noche en un hotel que el dueño era un italiano más bravo que el carrizo, era demasiado grosero y se exaltaba por nada. Las muchachas que atendían en el hotel sufrían de pena ajena a cada grito de este señor y a nosotros no nos quedaba más que reírnos a carcajada disimulada del italiano. Era tan cascarrabias que nos enteramos que a los meses murió de un infarto, era hasta candidato para alcalde de Caicara, pero no aguantó su carácter. Hoy busco en mis archivos los nombres de los excursionistas y observo que fueron amigos de todas las edades, el grupo más numeroso que haya hecho hasta ahora, todos unidos en un solo sentir, disfrutar el viaje y conocer otro lugar poco usual del turismo entre los venezolanos. Vinieron de España dos amigos expresamente para este viaje, y uno de ellos atacaba hasta a un palo de escoba…bello el gallego y ataconsísimo…iba de flor en flor.  Había que estar mosca con dos elementos… con los raudales y con el gallego…

           En la mañana, luego de desayunar, nos enrumbamos hacia Trincheras, como dos horas de carretera asfaltada hasta Maripa y de allí otro trecho largo por carretera de tierra, y como a mediodía estábamos acomodando las curiaras, ocho en total, dos de carga, y seis con los excursionistas y salimos, a navegar, a experimentar, un tanto asustados porque los raudales eran fuertecitos, y veníamos de la quietud de los ríos amazonenses pero tratando de beberme el paisaje bellísimo que me rodeaba, con unas rocas gigantes de cuando en cuando, pero bañándome de rio cuando la curiara remontaba una zona con curva y nos entraba el agua teniendo que  ir achicando con un potecito de mavesa; recuerdo que la Biblia que llevaba a mano quedó empapada y estuvo 4 días al sol quedando sus páginas secas pero arrugadas.  Hoy día las curiaras son más cómodas, de metal y se ven más firmes que aquellas de madera donde viajamos en el 2007.  Paramos en la comunidad de Nichare, donde comimos un delicioso sanduche de carne fría con vegetales, infaltable en mis viajes para estas ocasiones de navegación.  

Luego de una breve parada, seguimos, ya con más confianza pero no con tranquilidad, porque la tarde iba cayendo y el Playón estaba aún muy lejos. Incluso indague con Jilliam, nuestra guía, acerca de la posibilidad de pernoctar en una comunidad del camino y se rehusó a la idea.  Es un error que cometí, pero estaba pagando noviciado en este destino, lo estaba estrenando y confié en la guía. Cayó la noche pero con la inolvidable luna que iluminaba cual bombillo todo el lugar y señalaba el camino a seguir en el rio, pero era de noche, y estábamos asustados, demasiado asustados, yo por lo menos, con mucha responsabilidad a cuesta.
        Mi curiara con otros ocho excursionistas y un experto motorista quedó de último lugar para asegurar que nadie quedaba atrás.  Sucedió  lo que mi corazón presentía…mi motorista se detiene a escuchar el motor de la curiara que iba adelante con los españoles y un grupo de jóvenes, y noto que se inquieta al escuchar como el motor de la otra nave no puede remontar el raudal y que finalmente se  apaga y vemos como la curiara la arrastra la corriente unos cuatro metros con la gente asustada. Se nos paralizó el corazón a todos, sin gritos pero sí con súplicas en la mente y pudimos respirar nuevamente a los quince segundos  cuando vimos como dos grandes rocas, estratégicamente colocadas por Dios allí, detuvieron la curiara que iba sin rumbo ni control, pero sin llegar a voltearse. Solo salieron de la curiara una caja de medicinas que llevábamos para la comunidad de El Playón y unas botellas de ron de los muchachos, pero la curiara quedo repleta de agua, el rio le pasaba por encima y los muchachos bajaron hasta una gran piedra. Recuerdo que el inexperto motorista con un potecito trataba de sacar el rio de la curiara, reírnos de eso fue lo que nos relajó de la tensión de ese gran susto. Mi motorista tomo las riendas del asunto, entre todos sacaron la curiara del agua y el hombre con gran pericia remontó el raudal y luego de una hora de ese susto pudimos seguir. Cuando nos tocó a nosotros remontarlo con nuestro motorista que se había devuelto por entre las piedras estábamos demasiado asustados y resultó ser un paso que no tenía tanta dificultad pero que había que saber maniobrar.
El resto del camino, lo hicimos rezando el Rosario, uno tras otro, con la luna acompañándonos con su luz, y sin ningún inconveniente, hasta llegar al Playón como a las 11 de la noche recibiéndonos el rostro de susto de los otros excursionistas porque no habíamos arribado. Es el susto más grande que he pasado en doce años de excursiones por esas zonas. En el 2010, regresé al Playón, aplicando la experiencia  vivida, navegamos el Caura en dos días, en jornadas de 5 horas cada día y no de un tirón de 10 agotadoras horas.

                  Una clarísima noche nos esperaba, con unos whikicitos para terminar de relajar los músculos y prepararnos para subir al Salto Pará al día siguiente. Luego del desayuno, arreglamos un ligero equipaje para un día, los alimentos, agua, carpas y nos dispusimos a caminar durante un gran trecho, de más de dos horas, primero en plano, tranquilos y relajados, pero luego comenzó el ascenso, duro y rocoso a veces  pero que retomaba de repente senderos suaves y planos.

En un lugar de la selva, nos tropezamos con un oasis, una bodeguita donde vendían cerveza, refresco, chucherías, era lo más inesperado que podíamos encontrar…una bodega en medio de la selva.  Hicimos parada para recargar energías.
Seguimos, de cuando en cuando nos encontrábamos en el camino con  indígenas Ye-kuana o con Sánemas, con sus caras dibujadas con trazos  negros o de colores, algunos con un motor en la espalda, o con un bidón de 60 litros de gasolina,  o con un katumare lleno de yuca o con una cinta gruesa muy colorida terciada al cuerpo con un bebé a cuestas.
No se dejaban tomar fotos, algunos los captamos a escondidas  y a otros le dimos algún dinero para que permitieran tomarse una foto. Finalmente escuchamos el rugido del agua y a medida que nos acercábamos se iba haciendo más intenso el ruido.  El encuentro con el Salto fue enmudecedor, porque nadie dijo una palabra, todos nos dedicamos a contemplar el magnífico espectáculo que teníamos frente a nuestros ojos. Luego se fueron destensando los labios, saliendo las palabras, y surgiendo las cámaras para captar el paisaje.


Primero trepamos (en plano y con precaución) unas rocas inmensas y llegamos a la parte de arriba del cauce del Caura, un torbellino de espuma y burbujas blancas, conteniendo una fuerza inusitada  y de repente comienzan a verterse toneladas y toneladas de agua estruendosamente para irse dividiendo buscando cada gota entrar primero para colarse al azar en alguna de  las siete torrenteras separadas entre ellas por verdes islas de arbustos, y árboles. La caída provocaba una bella neblina. Es un espectáculo digno de dedicarle un  buen tiempo de observación, para ir entrando en admiración y terminar en agradecimiento al Todopoderoso por haber colocado esa maravilla en nuestro país y por permitir la presencia de cada uno de nosotros en ese sitio. Con mucho cuidado me acerqué acostada boca abajo al borde de una gran roca y  me sostenían, por aquello del vértigo, previendo algún mareo, pero tenía que ver el lugar exacto donde ese caudal de agua se precipitaba al fondo del salto, y esto multiplicado por siete, y que en conjunto con el gran sonido que manaba del lugar, hacía el momento perfecto.

 
Luego, tanta agua seguía buscando reposo en el rio y así se iba alejando conformando lo que se conoce como Bajo Caura y  que luego de 7 kilómetros entre otros saltos más pequeños, cascadas y rápidos llega donde se apacigua el rio y se ensancha formando un banco de arena, lugar donde está el bello campamento que nos recibió el día anterior….El Playón.
          Pero vuelvo al Salto Pará, luego del momento de contemplación, retrocedimos unos cien metros buscando un camino muy empinado que nos llevó a una playa, que sólo se descubre en el verano, y donde nos dispusimos a instalar nuestras carpas, a pesar de que el día anterior unos baquianos habían visto huellas de tigre en la arena, lejos de asustarnos nos animamos a hacer guardia a ver si lo veíamos, pero no nos hizo el honor de su visita, o de recibirnos, porque éramos nosotros quienes invadíamos su territorio.

 Allí nos dispusimos a pasar la tarde entre juegos, concursos y penitencias, como el nado de tonina de Chico, o las canciones llaneras de Andrés, mi hijo. El almuerzo, fue un sabroso arroz con pollo, pero la cena surgió un poco de lo que habíamos llevado cada uno, y terminamos comiendo el inolvidable platillo de panquecas con atún, algo inédito en el mundo culinario. En la noche una fogata nos reunió de nuevo y entre canciones y chistes, fuimos cayendo rendidos en nuestras carpas, para recibir un soberano aguacero a media noche que arrulló a algunos y mojó a otros, dependiendo de la filtración que permitiese o no la carpa.

       Despertar, salir de la carpa y encontrarme de frente el espectáculo del Salto, no tan cerca, pero a la distancia perfecta para admirarlo en toda su magnitud y esplendor, parece una escena de un sueño, del mejor sueño de los que haya podido tener, pero no estaba soñando, era real, aunque mágico. Nuevamente el momento me lleva a alabar al Creador, porque sólo El es capaz de mantenerlo allí en ese estado de estreno permanente, donde no parece que hubiesen pasado siglos y siglos de su aparición en la tierra.
           Después del enésimo baño y del desayuno, emprendimos el regreso al Playón, nos costó un mundo subir ese trecho lleno de barro resbaladizo en que se había convertido nuestro acceso luego de la lluvia de la noche anterior, eran como 200 metros en ascenso hasta conseguir el camino principal, recuerdo haberme quedado sola caminando por un gran trecho de selva, sin peligro de perderme por lo bien trazado del camino y prefería que los guías acompañaran al resto del grupo y así aprovechar de escuchar esos latidos internos conjugados con los sonidos del silencio que emanan de la selva, es difícil explicar esta sensación, pero estoy segura que esto es parte de lo que  alimenta mi vida y nutre mi alma. Con mucho acierto, un amigo querido, José Antonio,  “Tetero”, una vez dijo acerca de mis viajes que son “la vida de mi alma…”.


                El regreso lo realizamos sin tropiezo, con un rico baño en el Playón, donde el Comando, los jóvenes, invitaron a la mascota del campamento, un chigüire doméstico, a bañarse con ellos, con la particularidad que compartía los tragos de ron con los muchachos, mientras otro grupo de excursionistas practicaban el tiro al blanco  con arco y flecha, la jabalina y otros juegos indígenas, y otro grupo se dedicaba a pescar. No puedo olvidar una gran payara que sacó mi ahijado Santiago. Luego animamos a los pobladores con unas piñatas, rifas y reparto de ropa. Se nos habían acabado las  piñatas y nos sobraron juguetes, pues improvisamos una bolsa de plástico de las negras y la convertimos en piñata.



           En carnaval de 2010 regresé al Playón, con una escala en el campamento de La Cocuiza, muy rico, bellísimo, de ida y de regreso, poniendo en práctica lo que nos deja la experiencia vivida anteriormente y con el acompañamiento de Julio, de los mejores guías del Caura, con su equipo super competente. Jilliam, quien fue nuestra guía en el primer viaje, había fallecido años atrás, de una afección mal cuidada. Lo lamenté mucho, dejó a sus hijos pequeños.
           El regreso a Trincheras lo realizamos sin tropiezo, con unas 7 horas de navegación rio abajo, Luego carretera  hasta Valle de la Pascua, hasta el día siguiente que completamos nuestra aventura y llegamos a casa con la novedad de lo vivido.
 Este fue mi encuentro con el Caura y con el Salto Pará, absolutamente imperecedero en mi mente y en mi corazón.

sábado, 28 de enero de 2012

AUTANA KUAYMAYOJO



Doce años hace desde cuando me aventuré a adoptar como hijo al  Amazonas, un lugar lleno de magia y de misterio escondido en sus paisajes, en su serenidad, en su colorido y, muy especialmente, en su gente….mis amigos criollos y especialmente los indígenas… los Piaroa, Ye-kuana, Piapoco, Baniva, Jivi, Pemón (en Bolívar) y tantas etnias más…. pero no puedo negar que mi corazón se ha quedado alojado entre los piaroas, aunque las otras etnias también robaron mi cariño.
      Aún con las resonancias a flor de piel de mi último viaje al Amazonas, el estado lleno de encanto de mi extraordinario país Venezuela, quiero escribir algunos sentimientos, sensaciones y experiencias, con la seguridad de rememorar vivencias de expediciones pasadas y poder plasmarlas en este blog.
Arrancamos la aventura (programada y no al garete) la temprana mañana del 2 de enero de 2012, como para decirle al año…" aquí voy…, con todos los hierros, ¡a vivirte 2012 !!! ”… 17 aventureros salimos de Lara rumbo al Amazonas. Luego de recorrer parte de Portuguesa, Barinas, y Apure, contemplando las bellezas naturales del camino, los amarillos, azules y rojos de los cielos, lo redondito del sol, lo verde de las sabanas y lo cristalino de las lagunas con los mautes metidos hasta el cuello para refrescarse, las parsimoniosas babas a la orilla de un estero… y luego de atravesar en Chalana el río Orinoco (con Meta) llegamos al estado Amazonas, dormimos plácidamente en Pto. Ayacucho...en la Posada Manapiare, la de mi querida amiga Yesenia, quien cada vez está más linda (ella y su posada) y al día siguiente comenzamos la verdadera aventura...
Nos trasladamos a Puerto Samariapo, a una hora de carretera desde Pto. Ayacucho, luego de haber visto el Monumento Piedra de la Tortuga y una vez que estuvo listo el bongo de la carga y el de los excursionistas, nos lanzamos a vivir Amazonas…Raudal del Danto, nuestro primer destino: salimos a  atragantarnos de Orinoco, con sus marrones aguas… fue allí donde los excursionistas comenzaron a abandonar sus miedos, sus dudas acerca de la travesía y fueron tomando confianza a grandes sorbos hasta desbordar en relax y felicidad. 
Fuimos avanzando en tranquila navegación, bajo un cielo azulísimo pero manchado con unas moticas de algodón que parecían sonreírnos desde arriba.

Empalmamos al rato con el segundo río de la travesía, el Sipapo, de aguas oscuras: pudimos contemplar asombrados cómo sus aguas no se mezclaban con las del Orinoco y se trazaba una marcada línea divisoria de color oscuro y marrón.
Nos llenamos de profundo gozo y admiración al ver una pequeña curiara pasar cerca de nuestro bongo con una familia a bordo, o una curiarita en reposo a la orilla del Sipapo con un indígena procurando su comida dependiente de un anzuelo…o la vegetación exuberante o el agua levantarse ligeramente a nuestro lado  por el andar del bongo…todo, todo, es novedad para los excursionistas, hasta para mí que no me canso de vibrar con estos parajes en cada viaje. Una parada en el camino nos hizo romper con este encanto para refrescarnos en una exquisita fuente de color y belleza, de aguas traslúcidas y sabrosas…unos jacuzzis  en la zona de Raudal Caldero.  

Al rato de navegación,  la indicación de nuestro motorista nos permitió saber que abordábamos otro río….el Cuao, de aguas igualmente serenas, fabricante de múltiples espejos capaces de reflejar selva, cielo y nubes.
               Llegamos al Campamento de Raudal del Danto luego unas 6 horas de tranquila navegación. Divisamos una churuata carente de paredes, que funge de cocina, comedor y dormitorio, enclavada acertadamente frente a una corriente de agitadas aguas que le da origen al nombre del lugar, un raudal majestuoso, hermoso, soberbio, que invita a la contemplación, a la meditación, a la oración.

Más arriba, otra  churuata cubierta: el dormitorio, y como está en un altico, la vista es hermosa, desde allí los ojos se tropiezan con un flanco del Tepuy  Autana…muy a lo lejos pero claro y nítido… ¡sí…: es el Autana!!!
Luego de una cena árabe, unas partidas de bingo y una noche tranquila, nos preparamos para una aventura de selva…nos dirigimos a Caño de Piedra en dos curiaras, otra experiencia diferente: navegamos  por el rio Cuao arriba,  una media hora hasta llegar a un lugar de la selva donde después de bajarnos de la curiara y de subir unos dos metros, nos percatamos de que teníamos una ruta hecha, allí comenzamos nuestro andar, que duraría unas dos horas plenas de asombro y novedad, bebíamos agua de unos troncos de bejuco certeramente cortados por nuestro guía, observamos tarántulas, ranitas, atravesamos puentes hechos con árboles caídos y hasta con barandas de palo; pero lo que me causaba gran asombro eran dos detalles muy sencillos: el pisar un suelo mullido alfombrado de hojas secas que semejan un andar en el aire…una sensación extraña y difícil de describir… y por otra parte, el silencio, los excursionistas callábamos para centrarnos en la senda, a veces peligrosa por su diversidad de obstáculos: tucos de árboles, ramas, bejucos, palos, piedras, huecos, troncos atravesados, posibles peligros que podían causar un buen tropezón: teníamos que andar profundamente concentrados… entonces se me hacía un enorme silencio que me permitía escuchar los sonidos de la selva, los grillos, ranas, pájaros, monos, un silencio que me llevaba a escuchar también el jadear de mi respiración,  el rodar del sudor, los latidos del corazón y hasta el de los compañeros… y, así, poco a poco me fui adentrando en el mundo misterioso de la selva interna del alma, y descubrir allí los matices oscuros y los claros que llevo dentro, las alimañas que aún pululan en el fondo de mi mente, los puentes que tengo que cruzar para alcanzar metas, los vacíos que tengo que llenar de amor por el otro, en fin… un camino en la selva del Amazonas que nos conduce paso a paso hacia el maravilloso bosque interior… una confrontación serena conmigo misma. Entre reflexiones, risas y esfuerzos, llegamos a un oasis….el Tobogán de Caño de Piedra, una delicia de laguna que comienza con una rampa de piedra donde nos deslizamos una y otra vez para estrellarnos divinamente con las sabrosas aguas de ese paraíso. Un pequeño grupo se adentró tobogán arriba  con el nieto del chamán, Alex, mi ahijado de bautizo y confirmación,  hasta una pequeña  cascada donde se refrescaron bajo sus aguas.
Noche mágica fue la del 4 de enero, nos sorprendieron en la limpísima comunidad de Raudal del Danto, habitada por 400 piaroas aproximadamente, donde un pequeño grupo de ellos con sus llamativas indumentarias y coloridos collares nos brindaron una danza propia de su etnia. A los más pequeños les obsequiamos una piñata, repartimos juguetes y ropa para tres comunidades que viven río arriba, y están desprovistas de muchas cosas; éste es el compartir infaltable en estos viajes de gloria, donde la gloria no es por mi nombre sino por la Gloria con la que alabamos a nuestro Dios compartiendo con los más necesitados…, por eso estos viajes no son otra cosa que aventuras de “misión – excursión”.
Al día siguiente nos enrumbamos en nuestro bongo por el Cuao, y retomamos el rio Sipapo, contemplando sus espejos, allí se nos atravesó una gran ballena de piedra y hasta un cementerio Piaroa. Nuestro destino era llegar a la Comunidad de Raudal Ceguera para estar a los pies del Tepuy Autana,  en el trayecto y al comienzo del rio Autana, cuarto de nuestra travesía; nos detuvimos unos minutos en la Comunidad Piaroa de Boca de Autana, hogar de mis amados Ricardo, Gladys y Margarita Blanco, y su familia, a quienes he tenido el honor de alojar en Barquisimeto; allí entregamos juguetes a 20 pequeños que esperaban por nosotros.
Después de horas de navegación y de habernos gratamente encontrado un grupo de kayakistas en acción, arribamos a Ceguera, nos recibieron los ojos inquietos de mis queridos Juan Pablo, Julia, Atilio, Pelo Pincho, Levi, Florentino, Rocky, Benito, Naikor y tantos otros que forman parte de mi familia desde hace muchos años. Comenzó la tarea de arreglar el campamento, la cocina, y de tomar un rico baño en las aguas del río Autana. También tenemos un raudal al frente, pero se queda corto con el panorama que nos arropa… el Cara de Indio, el Wahari… Y el Autana… la casa de Dios…y  gracias a mi amiga Erika les reproduzco esta información… El Autana, el mítico árbol de la vida que Colón presintió. AUTANA KUAYMAYOJO es el resto del tronco del Árbol de la Vida WAHARI-KUAWAI que tenía en sus ramas todos los frutos del mundo. El Autana, es un increíble tepuy que se encuentra en el Estado Amazonas, la cual guarda en sus duras rocas toda una historia que recuerda que en esa región del mundo se encuentran las formaciones geológicas más antiguas del planeta.

Según le etnia Piaroa, el Autana es el gran árbol que un día los dioses decidieron tumbar ante la exagerada soberbia de los hombres. Para quien lo llega a contemplar después de haber recorrido una increíble travesía por los ríos Orinoco, Sipapo y Autana, verá ante sus ojos un increíble tepuy que encierra en sí mismo todos los misterios que la selva puede brindar, y  allí, cuando las nubes rozan lo alto de su cima, le da ese carácter de Montaña Sagrada tal como es conocida por los habitantes de la zona. La parte alta de la escarpada montaña está atravesada de lado a lado, por una cueva espectacular que alcanza una longitud de 395 m con altura de 40 mts, formando un gran salón con techo en forma de cúpula o domo. Tiene gran interés geológico, ya que es la única cueva del mundo que está formada por cuarcitas, y en ellas se encontró un mineral nuevo para la ciencia, “svetia”.
                   Disfrutar Ceguera es una experiencia gratificante, pero hay excursiones por hacer, por lo general el grupo y los baquianos se preparan temprano para subir al WAHARI, lo más cercano que podemos contemplar el Tepuy Autana, quienes no pueden hacer esta excursión se quedan disfrutando de un relajante día en el río, o viendo la preparación del casabe y del mañoco, o pescando…, siempre hay algo por hacer o simplemente no hacer nada… sólo contemplar la grandeza que tenemos frente a nuestros ojos.  Cuando en el 2002 llegué a la cima de Wahari dije "ésta es una experiencia única e irrepetible" por lo difícil de su ascenso, y pensaba no subir más, pero cuando preparando al grupo y a los guías, me dije... ¿por qué no intentarlo de nuevo??? ¡Llegaré hasta donde pueda.!!.. y busqué las botas, los pantalones, el taturo de agua y me uní al grupo… sin creérmelo aún arranqué con gran brío y optimismo… ¡ufff…! iba entre los primeros… llena de energía y fuerza... me sentía increíble al batir mis pies en los barriales que van dejando las lluvias invernales cuando se acerca el verano. Era delicioso pasar por estos charcos, tratar de sortearlos, pero al no poder, parecíamos niños disfrutando al máximo de la experiencia. Pronto nos encontramos un puente pero sumergido…, quince minutos para quitarnos las botas, las  medias y enrollarnos los pantalones, para pasarlo cuidadosamente, y volver a calzarnos…; después el camino de hojas secas: rememorar la experiencia de caminar sobre goma espuma… aunque siempre pendientes del lugar que pisamos…
 pronto termina lo llano y comienza el encantado camino de rocas cubiertas de musgo; nos adentramos en ese bosque cual Hansel y Gretel buscando nuestra casita de chocolate: ver el Autana de cerquita… pero, con la contemplación de la belleza del recorrido comienza también el jadeo, el sudor, el esfuerzo, el cansancio… sobre todo para quienes ya contamos con varias primaveras y muchos kilos de más… ¡cómo van pesando a cada paso…! Varias veces dije "hasta aquí, no puedo más, se me va a salir el corazón", pero me iba trazando pequeñas metas...: “llegaré hasta aquella roca...”, luego…, “llegaré hasta aquel palito para descansar...” y así me fui quedando sola con Atilio: todos me picaron adelante… me sentaba a conversar con mi guía y concluí que tengo que  aprender piaroa…pues a todo me decía “sí”… “¿ya vamos a llegar Atilio?” “Sí”, “¿falta mucho para el clarito?” “sí”, sabes hablar chino? “si”, hay una heladería cerca? “si” pero la verdad es que con esas pequeñas pausas y tomando sorbos de agua, pude  encontrar al grupo que tenía 45 minutos en el primer mirador, pero… aún no veíamos el Autana... tardé casi 3 horas, lo que por lo general se hace en 2, o en menos, si se está en buenas condiciones... Lograr esta cima me ha ayudado a comprender que, al trazarnos metas pequeñas, podemos alcanzar nuestro objetivo principal...; pero hay que ponerle empeño y confianza en uno mismo.
Dos cosas importantes… el ascenso de Nelly, mi compañera de excursión, quien a pesar de algunos toques en su salud, y de sus añitos… probó que está en muy buena forma; y el ascenso de Silvia, mi amiga desde hace 46 años… quien, habiendo superado problemas de salud como toda una luchadora, y con doce tornillos en una pierna… ¡se portó como toda una campeona!!! sin dejar de mencionar a la Hna. Gracia, quien con sus 75 encima, hizo el recorrido de Caño de Piedra en el Cuao extraordinariamente bien... ¡BRAVO POR TODOS!!!! Luego de alcanzar el primer mirador, todos siguieron para alcanzar la cima…los observaba, le pedí a Atilio que los acompañara… fue entonces cuando me dije… “falta poco, lo más difícil, pero voy a seguir intentándolo…” Dejé el palo que me servía de apoyo y seguí usando manos, pies, piernas, rodillas, cabeza y todo el cuerpo y ¡lo logré!!! Aplaudieron al verme llegar… Pude volver a ver el Autana frente a mí...: se erguía como un gigante, más grande e imponente que nunca… más impresionante y majestuoso que desde abajo… ¡las fotos fueron muchas: era la manera de corroborar que era verdad!!! Contemplar 360° de selva, el rio, la selva, el campamento pequeñito… y aunque sé que son pocos metros comparados con los grandes íconos venezolanos del excursionismo y  de la escalada, para mí representó mi Everest porque estaba en el lugar que tanto amo…: en el Amazonas venezolano…; en la cima  de mi  cielo.

Al final de la tarde, realizamos otra excursión más calmada, fuimos a Raudal Pereza, un lugar bellísimo y donde definitivamente el lugar no le hace honor al nombre…donde vimos el Autana dorado…con los últimos rayos de sol  sobre él. Noche de regalos y piñatas y compartir con los piaroa de Raudal Ceguera.  Al amanecer del día siguiente teníamos que recoger las hamacas, era el momento de la despedida, del regreso, de los cuentos, de la echadera de broma, del último chapuzón en playa Tonina, de exprimir los últimos momentos de navegación, de arribar a Samariapo,  de agradecer a Guasi nuestro experto motorista, de tomar carretera hasta Pto. Ayacucho, y allí la obligada visita al mercado para llevar los recuerditos e ir a misa en la impresionante catedral de la ciudad; después, a comer pizza e ir a descansar en la posada. El domingo 8 regresamos en la confortable buseta y a disfrutar contemplando los esteros de Camaguán, las puntas de ganado que se paseaban con parsimonia en la carretera,  la represa del Guárico. A mediodía, a disfrutar de una rica carne llanera, a media tarde, merendar las sabrosas quesadillas de Corozopando, por la tardecita contemplar los Morros de San Juan y finalmente arribar a Barquisimeto luego de esta genial aventura.